"La velocidad de los jardines" se adentra con nostalgia en la
remembranza de un curso escolar: un 3º de BUP de letras. Es una historia contada en primera persona
con la sensibilidad a flor de piel de sus protagonistas adolescentes. Aquellos
que se enamoran en masa de la tardona Olivia Reyes, perturbadora e incomprensible; aquellos que
deben tomar sus primeras decisiones vinculantes (religión o ética, manualidades
u hogar, balonmano o ajedrez…); aquellos que se atreven a no reprimir sus
pulsiones, su timidez o su rebeldía.
Las normales peripecias de esos años se jalonan cómicamente
con los temas y los personajes que los profesores proyectan en la pizarra, como
en un cine de barrio: Platón, el zar Nicolas, el desvergonzado Catilina, los
arcos de medio punto, los ablativos, las causas económicas de la guerra… Y ese delicado
ciclón de los sentimientos surge bajo la luz de primavera y descarga su lluvia
a final de curso, en vísperas de los exámenes finales.
“La luz lo explica todo”, nos confiesa enigmáticamente el
narrador cuando describe el insultante amor de Olvia Reyes por el introvertido
Aubi que “despreciaba las cosas importantes”, furioso con todos.
El cuento conmovió a muchos de nosotros y nos hizo recordar
algún que otro texto literario de juventud, como el poema Roman de Rimbaud que comienza así:
On n'est pas sérieux, quand on a dix-sept ans…
Si el relato de Eloy Tizón sobresale en lo estético, "El olor de la verdad", se muestra incisivo en
lo ético. El relato de Pedro Ugarte, que cosechó muy buenas críticas de muchas de
nuestras lectoras, relata una historia muy simple: Antón y Jorge son amigos. Ambos trabajan como
profesores en la universidad de una pequeña ciudad española. El primero padece
una halitosis nauseabunda que produce la fuga y la burla de toda compañía
circundante.Del escarnio al que se ve sometido Antón, también participa su
amigo. Un día, Jorge decide informar a su amigo de las consecuencias de su embarazoso defecto.
Esta historia da pie al autor para cargar las tintas contra
la hipocresía de las pequeñas ciudades, con su clima social y sus relaciones
basados en el disimulo y la hipocresía, donde “la verdad nunca se dice, pero,
al final, se puede ver”. Una ciudad donde se cultiva una telaraña de relaciones
que nada tienen que ver con la amistad.
El relato incluye una interesante digresión sobre la
conveniencia o no de practicar la sinceridad, lo que lleva al narrador a decir que dicha
supuesta virtud , ejercitada indiscriminadamente, amenaza con dinamitarlo todo:
amistada, amor, convivencia… La sinceridad despierta los peores instintos: el
crimen, la venganza, represalias…
Nosotros llegamos a la conclusión de que la sinceridad debe
utilizarse con sentido común, porque la sinceridad es un concepto absoluto,
objetivo, que es el de comunicar la propia verdad, pero la verdad es un
concepto relativo, subjetivo, que puede ser irreal, parcial y nocivo para los
demás, consumible “con moderación”.
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