viernes, 26 de junio de 2009

Punto final: dos cuentos de Quim Monzó


No nos dio tiempo de anunciarlo con antelación a los seguidores de este blog y nos disculpamos por ello. Hemos llegado al final de curso con cierta saturación de tareas y el blog se ha resentido un poco en esta última etapa.
En esta última sesión, del pasado miércoles 24 de junio, comentamos dos cuentos del escritor Quim Monzó, extraídos del Libro: El mejor de los mundos ( Barcelona: Anagrama, 2002): "Mi hermano" y "El niño que se tenía que morir".
Si, como bien nos dijo nuestra compañera y lectora Beatriz, los cuentos de Monzó se pueden dividir en lírico-realistas y en fantástico-grotescos, no cabe duda que "Mi hermano" es un relato fantástico-grotesco: en plena comida navideña, el hermano pequeño del protagonista muere sobre el plato de turrón. El protagonista, ante la estupefacción de sus padres, y con el fin de evitarles el doloroso trance que supone la muerte de un hijo, decide iniciar la absurda farsa de simular una indisposición y se hace cargo del "muerto", vistiéndolo, desvistiéndolo, llevándolo al instituto e incluso acompañándolo a vivir con la nueva novia de su hermano que, como el resto de la sociedad que los rodea, aprecia la discreción y el silencio del hermano, sin percatarse de su muerte. Por su puesto, los libros de taxidermia del padre del protagonista, le serán de gran ayuda al protagonista.
En este cuento percibimos una cierta ternura, una emotividad contenida (sobre todo en la relación del protagonista con sus padres) que no es muy habitual en los cuentos de Monzó. Se trata de una metáfora que pone en tela de juicio dos temas recurrentes en muchos de los cuentos que hemos leído en nuestro club este año: la dificultad que tenemos en las sociedades actuales de comunicarnos y de entablar relaciones personales no traumáticas y, por otra parte, la evasión de la realidad y el refugio en una existencia paralela que permita una existencia más placentera, menos frustrante o dolorosa.
El segundo cuento que comentamos, "El niño que se tenía que morir", se podría enmarcar en la clasificación "lírico-realista" de la que hablábamos más arriba. Aquí el protagonista es un niño de diez años que acompaña todos jueves a su madre costurera a casa de una familia burguesa de Barcelona, cuyo único hijo de 8 años padece una enfermedad que le obliga a permanecer en la casa. El protagonista, que relata su experiencia con la franqueza desinhibida de los niños de su edad, acompaña en esas horas al niño enfermo, juega con la gran batería de juguetes que posee este último y tiene la firme convicción de que, cuando el niño se muera, será compensado con la merecida herencia de muchos de esos juguetes o, al menos, con su juguete preferido: el juego de baloncesto. La muerte se produce, las semanas pasan, y la ansiedad, la indignación y el rencor del niño se suceden sin que los padres se acuerden de él, de sus momentos de juego en común y del derecho que tiene a hacerse con su merecida recompensa.
La acción transcurre en la España de fines de los años cincuenta, años de precariedad y de notables diferencias sociales que el autor quiere subrayar, en un ambiente exento de todo sentimentalismo en el que el cruel egoísmo del niño contrasta se justifica en cierta manera por la indiferencia y el olvido en los que caen sus "justas" pretensiones. Un mundo corriente egoísta y falto de piedad.

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