jueves, 7 de mayo de 2009

Próxima cita el miércoles 27 de mayo con el escritor Jorge Cuba Luque


El próximo 27 de mayo comentaremos tres relatos cortos del escritor peruano Jorge Cuba Luque, residente desde hace años en Montauban y que estará presente en nuestra cita para responder a las preguntas que queramos plantearle así para que nos explique otros detalles de su obra.
Los cuentos que leeremos son "Personas desaparecidas" (Colmena 624. Relatos, Ed. Línea y Punto, Lima, 1995), "Abril" y "Tan real" ( Ladrón de libros, Arteidea Editores, Lima, 2002).

El autor nos ha permitido publicar el primero de los cuentos:

PERSONAS DESAPARECIDAS

Jorge Cuba Luque

Una cosa es verlo en una película o leerlo en los diarios o en un libro, pero otra y muy distinta es cuando uno se levanta una mañana para ir a trabajar y no sólo no encuentra a su mujer en la cama sino que tampoco encuentra sus vestidos ni sus cosméticos ni nada de ella, como si nunca hubiese vivido en la casa y lo único que a uno se le ocurre hacer es dar una sonrisita nerviosa, diciéndose a sí mismo que se trata de una broma pesada y que en cualquier momento todo volverá a la normalidad. Fue exáctamente lo que me ocurrió a mí hace ya un buen tiempo cuando, luego de una noche de un sueño muy pesado, desperté al día siguiente y mi mujer no estaba. Primero creí que había tenido que salir de la casa por alguna urgencia extrema, mas inmediatamente pensé ofuscado que tenía un amante y había decidido irse con él dándome antes un somnífero pero, ¿y sus cosas?, cómo habría tenido tiempo para llevarse todas, lo que se dice todas sus cosas, desde los libros y discos que ella misma había comprado, hasta sus vestidos, sus zapatos, su cepillo de dientes y, por supuesto, su ropa interior, incluidos unos calzoncitos sexys que le había regalado en su último cumpleaños. A pesar del desconcierto, la confusión y el enfado que sentía, tuve que apresurame y salir a la oficina porque tenía una cantidad bárbara de trabajo acumulado que de ninguna manera podía aplazar. En el trayecto, en un taxi decrépito pero veloz, intentaba vanamente una explicación. Yo sabía muy bien que había habido muchos casos de gente que ha desaparecido sin dejar el menor rastro y jamás se ha vuelto a saber nada de ella; en algunos países vecinos esto ha ocurrido de manera sistemática e incluso, sin ir muy lejos, aquí en Lima, hubo trabajadores y estudiantes que se esfumaron misteriosamente y de quienes nunca se ha vuelto a tener la menor noticia. Pero estas desapariciones -en las cuales nunca me interesé- estaban de alguna manera relacionadas unas con otras, y además las personas desaparecidas habían sufrido previamente amenazas y persecusiones, pero no era éste el caso de mi mujer (su nombre me lo callo, para evitar posibles complicaciones a quienes la hayan conocido); ella era una mujer que no se complicaba la vida con problemas que no le concernían personalmente, igual que yo, y es por esto que su desaparición me intrigaba, aunque no descartaba del todo que, como ya lo he dicho, me hubiese abandonado.

Decidí mantener lo ocurrido en secreto, así que en la oficina me comportaba de la manera más natural posible, sin mostrar el menor signo de inquietud; nadie me preguntaba por mi mujer, es más, cuando charlaba con mis compañeros y hacíamos referencia a fiestas o reuniones del pasado, yo aparecía siempre solo, no obstante que recordaba perfectamente haber ido con mi mujer. Sin embargo, opté por tomar esta desaparición de la manera más favorable para mí, sin que esto significara, por cierto, que olvidaba que una persona haba desaparecido. De esta forma, después de mucho tiempo pude empezar a ahorrar cada mes algo de mi sueldo (mi mujer no trabajaba, era yo quien solventaba los gastos de la casa) y, también, a disfrutar de una inesperada soltería: a menudo bebía más de la cuenta y regresaba a casa embriagado, tuve algunas aventuras amorosas, me echaba a vagar sin ton ni son por la Colmena, sorteando una multitud de vendedores ambulantes y, a veces, en la Plaza San Martín o en la Dos de Mayo, me detenía absorto a contempler una manifestación de obreros quienes terminaban, por lo general, siendo perseguidos y apaleados por la policía y, al final todos los que estábamos por ahí en ese momento nos íbamos corriendo empapados por los chorros de agua de los carros antidisturbios.

Las semanas fueron pasando y yo no hacía nada por tratar de volver a ver a mi mujer. Verdad que ya no nos amábamos como antes, pero en cierta forma creo que con mi silencio y pasividad estaba aceptando el hecho de su desaparición, ya no sólo física, sino también la de su recuerdo, y quién sabe si era yo mismo, actuando así, el que la estaba haciendo desaparecer cada día más irremediablemente, como seguramente ocurría con otros que habían desaparecido antes, pero de los que nadie se atrevía a hablar.

Por motivos de trabajo últimamente había estado pasando muchas horas a solas con la gerente de ventas de la empresa y, aun cuando soy un simple empleado administrativo, noté que le agradaba y le resultaba interesante y que ella, a pesar de ser unos quince años mayor que yo, también me agradaba e interesaba. No voy a hablar aquí de nuestra relación (baste decir que fue apasionada), pero sí diré que fue la única persona en la que pude confiar luego de la desaparición de mi mujer, sobre todo a partir de una tarde húmeda y gris cuando, mientras recorríamos a pie la interminable avenida Arequipa, me contó que el abogado de la empresa había desaparecido hacía poco tiempo pero, aparentemente, nadie lo había notado o nadie quería hablar del tema. Le conté entonces lo de la desaparición de mi mujer y de pronto empezamos a recordar a personas a las que ya no veíamos más, como el camarero del Cordano, ese bar viejo y silencioso casi oculto a espaldas del Palacio de Gobierno, o el vendedor de diarios de la esquina de la oficina, o aquel periodista tan simpático que trabajaba en la televisión, y otros más, todos como si se hubiesen perdido para siempre en la bruma del inviemo limeño. Quizás fue cobardía, pero ni ella ni yo queríamos arriesgarnos a desaparecer de un momento al otro, así que cuando me propuso irnos del país acepté de inmediato. Ella compró los pasajes de avión y además llevaba un dinero con el que viviríamos unos meses, mientras encontrábamos trabajo. A modo de despedida decidimos tomamos una copa en el Cordano; como yo salí primero de la oficina, me adelanté y fui al bar a esperarla. Cuando pasó una hora y no llegó me inquieté por su tardanza, y cuando pasaron dos, salí corriendo a buscarla, presintiendo lo peor. En la empresa, todos, incluida su secretaria, me dijeron que no la conocían ni sabían quién era ella; fui luego a su casa y encontré que ahora vivían dos ancianos con los que era imposible hablar. Desde ese día no se ha comunicado conmigo, y de mi parte no tengo cómo ubicarla. Yo me quedé con mi boleto de avión pero la verdad no sé que es lo que debo hacer ni a quién acudir; no sé si embarcarme en el próximo vuelo o quedarme aquí y esperar a desaparecer en cualquier momento, mientras los demás siguen como si nada.

De Colmena 624. Relatos. Ed. Línea y Punto, Lima, 1995.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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