Seleccionamos tres cuentos publicados en Compro oro (La
Marea, 2014) para nuestra tertulia dedicada a Isaac Rosa. Dos de ellos (Finca
con portero y Somos gente pacífica) están narrados en primera persona y tratan
de la manera en la cual una comunidad de vecinos se enfrenta a un problema de
gestión de la comunidad y a un problema de convivencia. Urgente, el tercer relato
que comentamos, trata de la angustiosa vida de una periodista que es madre y periodista
precaria.
Acompañamos la lectura de estos con cuentos con la del
prólogo de Compro oro. En él el autor nos explica cuál ha sido el motivo
central de todos sus relatos: explicar la realidad mediante la ficción, en
oposición a una pretendida realidad aceptada, pero a su vez ficcionalizada por
la política, la economía y la publicidad. Los cuentos son pues, y según
palabras del autor, historias “que impugnan, discuten los relatos oficiales”.
Se trata de “escribir un nosotros para que no nos lo escriban ellos”, de
contraponer a las narrativas hegemónicas otras ficciones de sabor amargo que,
no por cotidianas, son de más fácil digestión.
Finca con portero es una clara metáfora de la gestión
inhumana y cínica de las “reformas” que una comunidad de vecinos debe aplicar a
la gestión de los gastos corrientes de la finca: reestructuración, austeridad,
equilibrio presupuestario…eufemismos que recortan gastos, que bajan sueldos,
que desahucian porteros… para descargar sobre el más débil las embestidas de la
crisis económica. El narrador, respetable exponente de una clase media
orgullosa de haber accedido a un estatus de propietario de un apartamento en
una finca con portero, muestra en todo momento su autocomplaciente superioridad
sobre la multitud de poseedores de menor condición que viven “en uno de esos
horrores de cuatro alturas sin ascensor”. Esa autocomplacencia, mezclada con un estúpido
optimismo y un cínico egoísmo, muestra a un protagonista que, como buena parte
de sus convecinos, se niega a pensar en clave solidaria y tiene su contrapunto
en la dramática historia de la degradación de las condiciones laborales del
portero.
Somos gente pacífica repite la ambientación vecinal del
relato anterior y la narración en primera persona, pero aquí el tono se vuelve
más crispado y el lenguaje menos amable. El desencadenante del conflicto
(narrativo y social) es la iniciativa por parte de un vecino, de colgar una
pancarta que el resto de la comunidad considera fuera de lugar, extemporánea y
provocadora. La indignación de los vecinos y sus reuniones en el bar de enfrente para conminar al peculiar vecino de abortar su iniciativa y deponer su
actitud, van planteando cuestiones éticas como la dicotomía entre espacio
privado y espacio público, el de la tolerancia y la intransigencia, el del respeto
a la minoría y el racismo o el de la desconfianza y la convivencia. Un final
abierto nos deja con el irresuelto
enigma de cuál era el mensaje o la reivindicación de la polémica pancarta.
Por último, y para salir del ambiente vecinal, propusimos la
lectura de Urgente, que a la premura y el desasosiego del relato se añade un
ritmo sin resuello, rápido, con elipsis que hacen avanzar el tiempo narrativo y
que contagian la angustia y la ansiedad del protagonista al lector. La
precariedad laboral, la soledad, la deshumanización de la comunicación, se
juntan para mostrar una estampa corriente de la vida urbana de todos los días.
Nuestras lectoras se mostraron felices de poder descubrir el
realismo social de Isaac Rosa.