Dos han sido los cuentos que hemos comentados en la pasada
sesión del 19 de febrero: Obiter dictum, de Juan Benet, y Un día de suerte, de
Fernando Martínez Laínez.
El título del primero, Obiter
dictum, proviene de la expresión latina que significa literalmente “dicho
sea de paso” y, en lenguaje jurídico, hace referencia a los argumentos
expuestos en una sentencia, que no tienen carácter vinculante, pero la
complementan.
El prolijo relato de Benet (dieciséis páginas) reproduce, en
estilo directo, el interrogatorio al que es sometido Gavilán, un antiguo
miembro de la legión extranjera francesa, de nacionalidad española, por parte
de un inspector de policía de Alicante. Al interrogado se le sospecha alguna
responsabilidad en la muerte de un antiguo camarada de armas que, supuestamente
y por lo que las circunstancias del óbito indican, se ha suicidado. El
inspector somete al sospechoso a toda una retahila de preguntas más o menos
comprometedoras, que intentan acabar con la sangre fría y el aplomo del
interrogado. Se pasa, desde el principio, a tratar de explicar las razones del
viaje del sospechoso, los vínculos de antigua camaradería militar que lo unían
al fallecido, los tipos de armas existentes (la del finado, instumento del suicidio,
y la del sospechoso, con muestras de haber sido utilizada recientement) los
movimientos de este, su fortuito
encuentro con el fallecido y el descubrimiento del cadáver por el propio
Gavilán.
El relato está compuesto por la batalla dialéctica entre el
comisario, que conoce parcialmente los hechos y presupone la verdad a partir de
las pruebas de que dispone, y el sospechoso, que conoce perfectamente el
desarrollo de lo sucedido, pero se aferra a la versión que certifica el
suicidio. Así, el lector va conociendo la naturaleza y las circunstancias
previas y sincrónicas de los hechos. Se va presentando versiones, cuestiones
dudosas, respuestas más o menos convincentes y pruebas de convicción conocidas
solo por el comisario. Obiter dictum es, pues, un típico relato policiaco de
lógica e inducción: el comisario, pero, sobre todo, el lector puede resolver el
enigma a partir de los argumentos, contraargumentos y pruebas. El móvil no se
desvela, pero la maquinaria del crimen se va reproduciendo, dando dos series
temporales: el del crimen (cuyo único testigo es Gavilán) y el de su indagación
(protagonizado por el interés del comisario en buscar que todas las piezas del
puzle encajen).
Este es, además, un relato que va invirtiendo el papel de
varios de sus personajes: el foco que ilumina al sospechoso se desplaza, al
final, al comisario, que va resolviendo el caso, y el papel del suicida y el
asesino se intercambian en la presunta resolución del caso, acorde a la
hipótesis solvente del comisario.
Quedó a los integrantes de nuestro Club de lectura la
facultad, como si de un jurado se tratase, de decidir si el Comisario y, por
tanto, Benet, nos suministraba suficientes pruebas para confirmar o denegar una
posible inculpación y condena.
El segundo relato, Un día de suerte, es una estampa costumbrista del Madrid de
la crisis, que narra un día de la desperanzadora vida de Venancio Rebolledo,
que con sus cincuenta y seis años no vislumbra romper el cerco de una
existencia ociosa, triste y precaria, con una familia en la que los lazos
afectivos se reducen a la mínima expresión. Ese día de suerte es contado con
humor por el autor, con un humor que se torna negro tras el encuentro, decisivo
y trágico, del protagonista con un sirlero mal encarado. Su lectura y
comentario nos alegró la jornada con sus giros castizos, su jerga lumpen y,
sobre todo, la gracia con la que es contada la vida y los pensamientos de
Venancio.
El cuento de Martínez Laínez lo hemos sacado de la antología
Madrid te mata, publicado con motivo del festival Getafe Negro en el año 2008.